La Escultura: El Arte de Congelar una Nota en el Tiempo
La primera vez que toqué una escultura con mis manos comprendí que era como acariciar una nota petrificada. Mientras la música se disuelve en el aire, la escultura permanece. Es el eco que se niega a morir, es la sinfonía que no se desvanece.
Cada pliegue en un mármol, cada curva en una figura humana, me recuerda al trazo de un violín. Hay ritmo en las proporciones, hay armonía en los volúmenes. Y en su quietud, siento que canta con más fuerza que una orquesta completa.
Cuando contemplo una escultura de Miguel Ángel, siento que el martillo no golpeaba piedra, golpeaba como un tambor que marcaba el compás de una sinfonía eterna. El escultor no escuchaba el ruido, escuchaba la música que quedaría atrapada en la forma.
La escultura es, para mí, música que no se oye pero que se toca con los ojos y las manos.
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